Publicado
02/10/2017
02/10/2017
Hoy nos esperaba un buen tramo de carretera hasta llegar a Reikiavik, al menos 4 h, además de la pena que teníamos porque era nuestro último día en este país que nos ha fascinado tanto.
La primera parada que hicimos fue en Blonduos para ver su iglesia en forma de cráter. Es la iglesia más original que he visto en mi vida. Como todos se habían quedado dormidos menos mi marido y yo, sólo nos bajamos para hacerle una foto desde fuera y seguir el camino.
Todo el camino transcurre por la carretera n.1, y pasado Akranes hay un túnel submarino que cuesta 1000 kr que cobran a la entrada. Si se quiere ahorrar este dinero se puede ir por la carretera 47 que son unos 42 km más, pero desde mi punto de vista no merece la pena.
El camino no se hizo tan largo como creíamos porque los paisajes no dejan que te aburras.
Reikiavik
Es la capital y la ciudad más poblada de Islandia. Conforme nos íbamos acercando nos dábamos cuenta que era una ciudad moderna y con mucho ambiente pero también muy accesible para visitarla a pie.
Dejamos el coche y lo primero que hicimos fue pasear por la animada calle Laugavegur, con varias tiendas de souvenirs y otros establecimientos sobre todo de ropa deportiva.
Fuimos hasta la iglesia luterana Hallgrimskirkja, con 74 metros de altura. Se dice que el arquitecto que la construyó se inspiró en las formas de lava basáltica que hay por todo el país, más concretamente en la cascada Svartifoss. La iglesia por dentro es muy sobria llamando más la atención su exterior. En la puerta de la iglesia hay una estatua del vikingo Leif Eriksson, que según los islandeses, llego a América 500 años antes que Cristóbal Colón.
Después de la espectacular iglesia nuestro paseo continuó pero ya al lado del mar donde vimos el Harpa, un moderno edificio usado como centro de conciertos y conferencias.
Ya nos empezaba a dar hambre y había leído que en Reikiavik hay un puesto de perritos calientes llamado Baejarin Beztu Pylsur, en la calle Tryggvagata donde hacen los mejores perritos del mundo. Yo no sé sí serán los mejores del mundo, pero a mí me encantaron. Hay que pedir el completo que lleva unas salsas para chuparse los dedos. Había cola pero atendían rápido. Se puede pagar con tarjeta.
Después de esta delicia dimos un paseo por la zona pegada al mar desde donde habíamos dejado la ruta antes de comer, así llegamos a Solfarid o barca solar, una escultura que evoca un territorio por descubrir, un sueño de esperanza, progreso y libertad.
Después del paseo decidimos ir a buscar nuestro alojamiento en Keflavik que estaba a un paso del aeropuerto, (para saber más sobre alojamientos aquí) donde pasaríamos nuestra última noche en Islandia. Queríamos soltar las cosas e ir a Blue Lagon a darnos un baño en sus aguas termales. Cuando llegamos la decepción fue que vimos que se trataba de un sitio demasiado turístico, masificado y ha perdido la esencia de baño natural. Al llegar, había tantos turistas que nos dijeron que el aforo estaba completo y ya no se podía visitar ese día, además durante el viaje comprobamos que los niños pequeños aguantan poco las aguas termales porque les da mucho calor y el precio es muy elevado para estar un ratito, así que no nos irritamos mucho por no visitarlo por dentro.
De aquí volvimos al hotel donde se quedó descansando el resto de la familia, y mi marido y yo nos fuimos a la oficina donde alquilamos el coche para depositarlo. Desde la oficina, un miembro de la empresa nos llevó hasta el hotel de forma gratuita. Si dejáis el coche el mimos día de vuestra partida os llevan gratuitamente al aeropuerto.